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sábado, 3 de noviembre de 2012

CIUDAD "Z": LA MISTERIOSA CIUDAD PERDIDA DEL AMAZONAS.

Miembro de la Royal Geographical Society de Londres, con un historial militar brillante y estrechos vínculos con el servicio secreto británico, excelente Topógrafo, autor del trazado de una serie de mapas de Bolivia y Perú, y experto en técnicas de construcción naval ( creador de la "curva o línea Icthoid" que aumentaba la velocidad de los barcos ), previamente a su etapa amazónica brasilera, había sido protagonista de numerosas expediciones en el norte de África, Malta, Hong-Kong y Ceilán.
Estamos refiriéndonos al coronel inglés Perry Harrison Fawcett, quien en los albores del siglo pasado dedicó su vida ( y probablemente, también la ofrendó ) a la exploración y trazado de fronteras de la ( en aquel entonces casi virgen ) gigantesca selva amazónica, en Brasil, la más enorme del planeta.
El célebre explorador inglés Peter Fleming lo define así: “Era un hombre de un valor indomable. Su resistencia era sobrehumana: ni la fiebre, ni las privaciones, ni los insectos lo amilanaban.”
Igualmente célebre por su despotismo hacia su personal ( llevándolos casi permanentemente al borde del motín ), sus expediciones se caracterizaban por una inusitada rapidez y eficiencia. Todas sus aventuras fueron relatadas por él mismo recopilando durante su transcurso diversas leyendas aborígenes ( las “aldeas de fuego” que solían ver los nativos por las noches en el medio de la selva y que los llenaba de espanto, y que tanto egiptólogos, viajeros e historiadores de la antigüedad han reportado en Egipto, Grecia, Siria, India y Sudamérica como luces blancas “frías” perpetuas basadas en combinaciones de luminiscencias químicas – como la de los escorpiones - con nódulos y espirales subterráneas y otras fuerzas terrestres invisibles, ardiendo durante siglos sin que se las tocara ) que le sirvieron para afianzar aún más sus creencias, incluida cierta revelación que sobre una oculta ciudad ciclópea le hiciera en Rio de Janeiro el ex-cónsul británico coronel O’Sullian Beare, quien había logrado llegar hasta ella con la ayuda de un guía mestizo. También consultó a varios mediums, gurús y psíquicos sobre el tema, ya que era un ferviente creyente de estas cualidades paranormales.

Una obsesiva búsqueda de la conexión Atlante.
Buscaba, fundamentalmente, los rastros de lo que él llamaba la “civilización primigenia”, de cuya existencia muy anterior a incas, mayas y aztecas estaba plenamente convencido y que consideraba la raza responsable de legar a la humanidad la base de toda su ciencia, sabiduría y religión, y la razón excluyente de la evolución del hombre por sobre el mono y las demás especies del planeta.
“La conexión Atlántida con algunas regiones de la cuenca amazónica explicaría muchas cuestiones que hasta hoy resultan insolubles” había declarado -“los once mil años transcurridos, según Platón, desde el hundimiento de la última isla de la Atlántida abarcarían las vidas de tan solo ciento diez centenarios. ¡Un testimonio presencial del desastre pudo transmitirse de padres a hijos hasta el presente con tan solo 184 repeticiones!”.
Se basaba en relatos y escritos de varios exploradores portugueses y españoles que lo antecedieron y documentaron la presencia inexplicable en Centro y Sudamérica de una raza blanca, barbada y de ojos claros, de rasgos manifiestamente no aborígenes, y que él consideraba sobrevivientes de la mítica Atlántida y constructores de increíbles mega-ciudades prehistóricas, las cuales aún continuaban habitadas por ellos, protegidos de los intrusos por los nativos, que los consideraban sus dioses intocables.
Recolectó además historias de varios supervivientes de expediciones que buscaban tesoros ocultos en la selva, y cuyos camaradas habían perecido a manos de tribus salvajes.
“Secretos que descubrí en la dura escuela de los viajes por la selva”- señaló.
El descubrimiento científico de Machu Picchu por Hiram Binghan en 1911, le daría al Coronel mayor impulso en su convicción de partir hacia la que hoy es la Sierra del Roncador, y que debe su singular nombre a los extraños sonidos que parecen surgir del suelo, un fenómeno que se dá con frecuencia en todas las zonas consideradas centros energéticos planetarios ( por ejemplo, en Capilla del Monte, ubicada a los pies del cerro Uritorco, en Córdoba, Argentina, los locales llaman a dicho rugir “ el paso del tren expreso”).

La enigmática estatuilla de Basalto
Un hecho profundamente motivador para Fawcett lo constituyó El atlante de Basalto, una extraña estatuilla de estilo egipcio, hecha en basalto negro (roca volcánica vitrificada), que llegó a sus manos gracias a su amigo Sir Rider Haggard ( autor de “Las minas del Rey Salomón”), quien la consiguió en el Brasil a fines del siglo XIX de una manera misteriosa que nunca hizo pública.
La estatuilla representaba a un posible sacerdote egipcio sosteniendo una tabla con 24 extrañas inscripciones, de las cuales Fawcett creyó lograr descifrar 14 al notar que los símbolos coincidían con los tallados en piezas de cerámica prehistórica brasilera, y luego intentó utilizarlos como “coordenadas” para alcanzar su objetivo. Se llegó a especular incluso que los signos eran una especie de “contraseña” o “llave de acceso” al Mundo perdido.
Lo históricamente cierto es que se realizaron diversos estudios serios sobre la inscripción que esgrime la estatuilla, y si bien no se la pudo decodificar, varios expertos aseguraron que es casi imposible su falsificación. Fawcett la llevó consigo a su expedición, con la idea de que involucrar una causa sagrada como la devolución de la estatua a su lugar de origen, lo protegería y a la vez le abriría las puertas de la enigmática ciudad primigenia.

En el libro "Exploration Fawcett" escrito por su hijo Brian basado en sus anotaciones Perry comenta sobre la estatuilla: "Esta imagen de piedra posee una propiedad particular, sentida por quien la tenga entre las manos. Es como si un calambre eléctrico se nos subiera por el brazo, tan fuerte que ciertas personas sueltan bruscamente la estatuilla".
Fiel a sus creencias, cuenta también que confirmó el orígen atlante de la figura por medio de la psicometría (es decir la lectura vibratoria realizada por personas que poseen la adecuada sensibilidad, de las impresiones mentales y los registros de vicisitudes físicas de sus antiguos usuarios volcadas en el objeto y que permanecen en él a través del tiempo).
El paragnosta que le “leyó” la estatua, le confirmó la ubicación en Brasil de la ciudad que albergaba los sobrevivientes de la Atlántida y que la estatuilla había sido entregada en custodia por un sumo sacerdote a otro que logró huir de la gran hecatombe, ocurrida “muchísimo tiempo antes del surgimiento de Egipto” y que poseía un poder ambivalente: era “benévola y poderosa para quienes le tenían afinidad y maléfica y destructora para quienes la poseyeran con incredulidad y sarcasmo”.

El manuscrito Portugués 512
Pero la obra fundamental que le inyectó la definitiva fuerza suprema para iniciar su indeclinable búsqueda, fue “El Manuscrito Portugués”, popularmente conocido como “El Manuscrito 512”, un documento del siglo 18, descubierto en 1993 por Thierry Jamín, que se encuentra actualmente en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, en Brasil, en la sección de “Manuscritos”, serie “Obras Raras”, bajo el título “Relação histórica de uma occulta e grande povoação antiquissima sem moradores, que se descobriu no anno de 1753”. Catalogado con el asunto Ciudades extintas y el número 512, el investigador puede consultarlo junto a la primera edición de “Os Lusíadas o a la Bíblia de Mogúncia”, impresa en 1642.
Así nos describe Fawcett, deslumbrado, el instante prodigioso de su hallazgo: “Quienes tengan inclinaciones románticas –y casi todos las tenemos, a mi juicio– verán los elementos de una historia tan fascinante, que no conozco ninguna comparable. Yo la descubrí en un antiguo documento que aún se conserva en Río de Janeiro, y, a la luz de las evidencias recabadas en diversas fuentes, creo al pie de la letra en esta información”.
El 512 cuenta la historia de un expedicionario portugués de apellido Álvarez, quien habiendo naufragado frente a las costas amazónicas, se encontró prisionero de la salvaje tribu caníbal Tupinamba, salvándose milagrosamente de la muerte gracias a una joven aborigen que se enamoró perdidamente de él. El nieto de esta pareja, quien por supuesto se encontraba completamente integrado a la tribu, viajó en 1610 hacia la capital de Portugal y se entrevistó con el Rey Dom Pedro II relatándole que conocía perfectamente la ubicación de unas fantásticas minas de diamantes en el medio de la selva, y ofreciéndole su ubicación a cambio de un título nobiliario, pero sólo logró que el rey lo encarcele hasta su muerte, dos años después. Esta historia bastó para crear dentro de la corte portuguesa la codicia suficiente como para organizar numerosas expediciones buscando los rastros de estas fabulosas minas durante muchos años sin éxito ( aunque algunos de los fracasados expedicionarios aseguraron haber estado muy cerca e incluso divisado las ruinas de la gigantesca ciudad perdida ) hasta que en 1740 un aventurero portugués ( de nombre Francisco Raposo, supuestamente un “alias” de Joao Da Silva Guimaraes, explorador bandeirante desaparecido en la jungla en 1764 ), luego de buscar febrilmente por más de diez años entre ciénagas, bosques y montañas, descubrió una ciudad grandiosa ( ¿la mitológica“Paititi”? ) al pié de una enorme montaña rocosa al oeste de la cuenca del Amazonas, y custodiada por indios feroces.
Luego de toparse 80 kilómetros antes con otra mega-ciudad completamente en ruinas y habitada sólo por murciélagos, atravesó una cascada bajo la cual se ensanchaba un río, y comenzaron a aparecer ante su vista unas increíbles cuevas excavadas a mano en las rocas, algunas de ellas selladas con grandes losas de piedra cubiertas de extraños grabados, probablemente tumbas de antiguos monarcas y sumos sacerdotes. Los aborígenes que acompañaban al portugués intentaron retirar las losas de piedra, pero todo fue en vano.
Continuaron avanzando hasta que sorpresivamente se pPresentó ante ellos una enorme ciudad desierta, de arquitectura monumental, con grandes bloques armados sin junta de mortero y templos inmensos , una gran plaza, obeliscos monolíticos y una gran figura de piedra negra que señalaba hacia el norte, con misteriosas inscripciones y tallas, que parecían griego antiguo. En las cercanías de la construcción megalítica, hallaron una moneda de oro que mostraba en el anverso un joven agachado y en el reverso una corona y un arco.
Raposo corrió presuroso a notificar su hallazgo y solicitar ayuda económica y logística al virrey, Luiz Peregrino de Carvalho Menezes de Athayde, quien, siguiendo sumisamente las órdenes de la Iglesia, hizo caso omiso a la narración y se negó a otorgarle ayuda.
Nunca más se supo nada de De Raposo y su gente.¿Volvieron por su cuenta a la ciudad ?¿fueron asesinados por órdenes del clero para evitar que difundan la noticia?¿ o patrocinados por éste secretamente para su provecho personal?.Nunca lo sabremos.
Dos siglos después, afortunadamente para Fawcett, las cosas habían cambiado bastante y la administración brasilera ya no era lacaya del fanatismo de una iglesia todopoderosa.
(Historiadores posteriores a la epopeya de Fawcett han opinado que “el portugués” se cuidó de disimular la ubicación real del sitio debido a que se encontraba tan al oeste del Matto Grosso que temía que perteneciera a territorio peruano, que formaba parte del imperio español, en cuyo caso podría reclamar sus derechos sobre el descubrimiento. Estos historiadores especulan que tal vez la obsesión de Fawcett de seguir al pié de la letra el manuscrito le haya impedido ver esta posibilidad).
Percy Harrison Fawcett protagonizó en total ocho extraordinarias y legendarias expediciones (sólo interrumpidas para servir en la brigada de artillería en Flandes durante la Primera Guerra Mundial, a la edad de 50 años, para luego regresar a Sudamérica) que se convirtieron en unas de las más extraordinarias aventuras de todo el siglo 20 y una fuente de inspiración casi inagotable para innumerables artistas.
Incluso el propio gobierno brasileño subvencionó una de las expediciones a su mando (las cuales solían estar integradas casi invariablemente por el mismo plantel de colaboradores, algunos de ellos celebridades mediáticas, como el boxeador australiano Butch Reilly), y reportó en sus periplos haber matado una anaconda de 62 pies, haber visto especies animales inexistentes en otros lugares del planeta, como perros con dos narices o perros felinos lo cual le aparejó la burla de los “científicos” de la época (más adelante, los hallazgos efectuados en el Amazonas le darían la razón científica al menos en lo referente a las boas aunque nosotros no dudamos en absoluto de la objetividad del coronel en sus otras descripciones ni de la variedad sorprendente y única de la flora y fauna de la selva tropical) Después de buscar infructuosamente su ciudad perdida en la zona de Bahía durante 1920 y 1921, decidió llevar su intento a la zona que llamó punto "Z" , ubicada entre los ríos São Francisco y Xingú.

La última expedición.
En 1925, con la financiación de un enigmático grupo británico llamado sugerentemente The Glove ("El Guante"), Fawcett , que en ese entonces tenía 57 años, emprendió la que sería su última expedición en busca de su Ciudad Perdida acompañado de su hijo Jack y el fotógrafo Raleigh Rimmel, amigo de toda la vida de Jack, ambos de 23 años.
Fawcett era un experto como quizás no haya dos en el mundo en temas de organización de expediciones y viajaba invariablemente excelentemente pertrechado y con personas cuya perfecta salud psicofísica había sido harto chequeada profesionalmente.
Descubrió al sureste del Mato Grosso, una inmensa meseta rocosa rodeada por acantilados inaccesibles y se persuadió firmemente que era la montaña mencionada en El Manuscrito 512. Finalmente, creyó haber descubierto la mítica Ciudad Perdida.

Sus últimas declaraciones.
La expedición estaba ya desfalleciente: habían fotografiado algunos indios Meinaco para la corporación North American Newspaper, que administraba varios periódicos y que ayudó en la financiación de la expedición a cambio de noticias exclusivas, habían equivocado el camino varias veces y Raleigh estaba malherido en uno de sus pies debido a picaduras de voraces garrapatas.
Pero el entusiasmo y la energía sobrehumana de Fawcett estaba intacta. Hizo llegar a la familia una carta el 29 de mayo de 1925 desde el “Dead Horse Camp /"Campo do Cavalo Morto", ( del cual informa su ubicación exacta: 11 grados y 43 minutos de latitud sur y 54 grados y 35 minutos de longitud oeste ) explicando que desde allí seguirían hasta el Xingú y se adentrarían en la selva hasta Santa María do Araguaia, cruzarían el Tocantins y proseguirían por las montañas entre Bahía y Piauí, hasta el río San Francisco y finalmente la ciudad que menciona el manuscrito 512.
Aquí algunos fragmentos de las anotaciones que luego resultaron ser sus últimas declaraciones:
(…)“Que alcanzamos el objetivo y que volvemos de nuevo hacia él, aún bajo riesgo de quedar con nuestros huesos secándose al sol”(…)”
“Un nativo me ha descripto la ciudad perdida en la selva, me ha dicho que en lo alto de uno de sus edificios de piedra se halla un gran cristal que refleja la luz del sol a modo de espejo hacia el interior de la construcción”(…)
“Creo que las ruinas serán de naturaleza monolítica, más antiguas que los descubrimientos egipcios (...) El lugar central que he llamado “Z”- nuestro objetivo principal- está en un valle rodeado de montañas. Tiene dicho valle unas diez millas de ancho, y la ciudad se encuentra en un promontorio en el centro de este, al cual se llega desde una carretera de piedra. Las casas son bajas y sin ventanas, y hay un templo piramidal. Los habitantes de la ciudad son numerosos, mantienen animales domésticos y poseen minas bien desarrolladas en las colinas circundantes. No muy lejos se encuentra otra segunda ciudad, pero la gente en ella pertenece a una casta inferior a los habitantes de “Z”.
Más lejos hacia el sur hay otra gran ciudad, pero medio enterrada y completamente destruida”(…)”espero alcanzar el objetivo de mis investigaciones dentro de una semana”.
“Cuando volvamos”-concluía triunfalmente- “nuestra historia hará cambiar el mundo!”.
Pero ni Fawcett ni ningún otro miembro de su osada expedición volvieron jamás.
En 1925, el mismo año de la desaparición de Fawcett, el investigador George Lynch sostuvo en la prestigiosa revista Science at Vie que en el Mato Grosso se encontraba el origen de todas las civilizaciones de occidente.
Hasta el día de hoy, el periódico británico "The Times" ofrece una jugosa recompensa a aquellos que puedan suministrarle información confiable sobre el destino del explorador.
Su misteriosa ciudad continúa secreta en lo profundo de la selva, y la leyenda de Perry Harrison Fawcett no podría haber encontrado mejor final, ya que el hecho de que nunca se hallara su cadáver ni resto alguno de su expedición multiplicaron la leyenda y dieron orígen a fábulas tanto o más exóticas que la selva que él intentaba descifrar.
Unas cuentan que encontró su deseada ciudad megalítica y se convirtió en el dios blanco de una tribu desconocida, otras que fue víctima de amnesia y terminaó vagando y perdido en la selva (incluso apareció un niño que se afirmó era hijo de Jack y una nativa aunque luego resultó ser un tremendo fraude), las más ortodoxas suponen que murió a manos de tribus salvajes del Amazonas, y algunas (en ciertos círculos ocultistas) hablan de que él y su hijo habrían entrado en un vórtice energético que les habría dado acceso a otro plano de existencia u otro tiempo en el cual la ciudad atlante de sus anhelos continúa existiendo.
A nosotros nos gusta considerar también la posibilidad de que Fawcett hallara finalmente la ciudad de sus desvelos, y cayera en la cuenta en el momento de su descubrimiento (tal vez a través de los propios habitantes de la antigua Atlántida) de que estaba viendo cumplido un sueño que no admitía ser compartido con nadie.
En fin, mientras los restos de este legendario explorador no aparezcan podremos elegir seguir creyendo que sus restos descansan en Z, al cuidado de la misteriosa raza que tanto deseó encontrar, o cualquier otra de las opciones conforme al tamaño del romanticismo que nos habite.
Como reconocimiento a la mirada visionaria del coronel Perry Fawcett y como parte de su legado, debemos mencionar que en 2003 Michael Heckenberger de la Universidad de la Florida y sus colegas protagonizaron un hallazgo sorprendente en la región del Alto Xingú de la Amazonia ( la zona que obsesionaba a Fawcett y donde desapareció ), descubriendo restos arqueológicos de una sofisticada ciudad megalítica arquitectónicamente organizada como "ciudad jardín" y cuyas construcciones, al igual que el resto de las ancestrales y gigantescas metrópolis antiguas, funcionan con exactamente el mismo concepto de la tecnología Tesla
Una sociedad prehistórica basada en los mismos principios inalámbricos de Tesla (los 13 puntos del mundo inalámbrico): una cuadrícula que cubre un gran área de tierra siguiendo las “líneas leys” enunciadas por Alfred Watkins ( que también postearemos oportunamente ).
Como pequeño anticipo, digamos que en el sistema inalámbrico de Tesla, el polo de alimentación principal distribuye primero la energía eléctrica hasta pequeños puestos locales, que luego lo retransmiten a una red que incluye 13 puntos.El nuevo descubrimiento en la parte superior del Xingu en Brasil no es un receptor principal, es una de las estaciones locales. Continuando un seguimiento inalterable conforme al mapa de los 13 puntos, la estación principal estaría ubicada al noreste de Xingu, más hacia la costa.Esta estación primaria recogería las transmisiones locales de la zona y emitiría una transmisión directa a polos/madre receptores y re-transmisores, como Stonehenge, la Gran Pirámide, la primera estatua de la Isla de Pascua, etc.

La búsqueda de Fawcett. 
La búsqueda de este hombre fue protagonizada (y todavía hoy día lo es) por una cantidad impresionante de exploradores, arqueólogos, periodistas, historiadores, detectives y aventureros totalizando unos 100 intentos fallidos en los cuales muchos perecieron o desaparecieron como Fawcett.
Su hijo, el explorador Brian Fawcett, hizo unas intrigantes declaraciones en las cuales afirmaba que si su padre había logrado encontrar la civilización perdida, con toda seguridad sus habitantes no lo habrían dejado volver.
Esto, de alguna manera, es coherente con severas instrucciones dejadas por Fawcett antes de su partida: si él y sus compañeros no volvieran, ninguna expedición de rescate debería ser enviada, o, de lo contrario, “sufrirían las consecuencias de su destino”.
Otra situación poco clara que agregó misterio sobre el misterio, fue la rotunda negativa de la familia de Fawcett a permitir la lectura de sus diarios personales a investigadores y periodistas, aumentando las especulaciones de que allí podría encontrarse la clave para acceder a la Ciudad Perdida.
La esposa del Coronel afirmó en un reportaje que cuando vivían en el extremo Oriente, unos hombres extraños se les presentaron y les predijeron hechos extraordinarios para la familia, incluido el destino de Fawcett.
A continuación, un breve resumen cronológico de las más significativas del centenar de expediciones que se organizaron para tratar de encontrar al Coronel:
En 1927 el francés Roger Corteville informó haber visto un hombre enfermo y mentalmente insano en el estado de Mina Gerais que dijo llamarse Fawcett, pero sus numerosas contradicciones en los detalles lo desacreditaron.
Ese mismo año, fue hallado un letrero con el nombre de Fawcett en la aldea de una tribu indígena, pero luego se verificó que el mismo era de una expedición bastante previa a su desaparición ( 1921 ).
En 1928 una expedición estadounidense organizada y financiada por la prensa escrita de dicho país capitaneada por George M.Dyott produjo mucha cáscara y ninguna nuez. Concluyeron, aunque sin aportar prueba alguna, que Fawcett había sido muerto a manos de tribus salvajes.
En 1930 el periodista estadounidense Albert de Winton declaró entusiasmado que había logrado reconstruír su ruta y tal vez así fue, ya que corrió su misma suerte: desapareció sin dejar rastro con todos sus compañeros de viaje.
En 1932 el explorador y cazador suizo, Stefan Rattin, y el periodista Horacio Fusoni declararon que tenían pruebas irrefutables de que Fawcett estaba vivo, que incluso habían logrado hablar con él y que vivía en una tribu en la selva. Su expedición también desapareció para siempre en la selva.
En 1933 una brújula de teodolito perteneciente a Fawcett fue encontrada cerca de la tribu de los indios Baciary por el coronel Aniceto Botelho, pero luego se comprobó que si bien pertenecía al coronel, había sido dejada como regalo al jefe de la tribu mucho antes de su última expedición.
En 1937 hubo tres expediciones.La primera (organizada por una misionera ) no consiguió nada, pero las otras dos ( las de Willy Aureli y Henri Vernes ) regresaron afirmando que según datos informados por aborígenes de la tribu Carajás, Fawcett había logrado su objetivo y era el jefe máximo de una tribu desconocida de piel blanca en una gigantesca ciudad perdida.
En 1943 el grupo periodístico brasilero “Diários Asociados” organizó una partida conducida por el periodista Edgar Morel, quien halló un niño blanco que creyó hijo mestizo del coronel con una mujer aborigen, pero el descubrimiento terminó siendo un fiasco ya que se trataba de un albino.
En 1951 Orlando Vilas Boas pareció aclarar el entuerto: un viejo jefe indio de la tribu Kapalos de nombre Cuiuli le hizo la confidencia de que la expedición Fawcett había sido asesinada por Cavucuira ( por ese entonces jefe de la tribu ), ayudado por él mismo.
Al parecer, Fawcett se había presentado sin regalos (ya de por sí un acto considerado ofensivo por las tribus locales y generalmente causa de muerte) y además le había pedido de manera prepotente e irrespetuosa canoas y guías para seguir viaje. Los cuerpos de los dos jóvenes habían sido arrojados al río y Fawcett, por ser un anciano había sido enterrado honrosamente.Cuiuli les mostró el lugar exacto del acontecimiento (una laguna cercana a la sierra del Roncador entre el río Kuluene y el Tanguro) y del entierro del coronel. Vilas Boas hizo excavaciones y logró recuperar un cráneo y osamentas humanas que fueron trasladadas a Londres para su análisis por el Royal Anthropological Institute, del cual se desprendió que no se trataba de Fawcett ni de ninguno de sus acompañantes.
La historia terminó de ser contundentemente desmentida por el periodista David Grann, quien entrevistó a numerosos integrantes de la tribu Kapalos que coincidieron en testimoniar que la expedición había pernoctado allí y continuado luego en dirección al este, desoyendo la advertencia de los propios Kapalos acerca de una tribu de “indios feroces” que se encontraba en esa parte de la selva.
Los Kapalos relataron que pudieron observar cada noche durante cinco días consecutivos el humo de la fogata de la expedición antes de su desaparición.
En 1955 la médium inglesa Geraldine Cummins aseguró comunicarse con el espíritu de Fawcett quien le transmitió que había muerto en 1935 a manos de una tribu salvaje, luego de una larga y penosa enfermedad.
En 1996 una expedición organizada por el empresario James Lynch y el explorador Renée Delmotte culminó con la pérdida de valiosísimo equipo, una vergonzosa huída de un ataque aborigen, y las manos vacías.
Para los miembros de la Sociedad de Teúrgica do Roncador do Brasil y de la Sociedade Brasileira de Eubiose, Fawcett vivió durante mucho tiempo en el interior de la tierra en una ciudad llamada Matalir-Araracanga, donde viven seres con capacidades telepáticas y se guardan archivos akashicos que contienen la sabiduría espiritual de los grandes maestros de la humanidad.

1 comentario:

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